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In the woods.

Verano. 2001.

El primer golpe lo recibió en su estómago. Un pequeño Asier cayó al suelo haciéndose bolita. Empezó a llorar. Sus amigos no habían querido las galletas que preparó su madre y se habían enojado con él.

—Agarren sus manos y piernas —dijo el niño que parecía más el líder del grupito.

No tardaron en obedecer, mientras el pequeño Asier empezaba a gritar desconsolado y asustado. Nadie lo escucharía, se habían asegurado de guiarlo hasta el bosque detrás de la casa de uno de ellos. El más grande, y por tanto quien guiaba al resto, se acercó con una navaja robada de su padre, subió su camiseta e hizo una herida que logró removerlo en el suelo.

Por parte de su madre recibió una bofetada en cuanto fue a decirle, le gritó y pidió que deje de mentir.

La misma situación se repitió muchas veces. Asier siempre llevaba diferentes postres para complacer a sus amigos, pero terminaba recibiendo un castigo después de que comieran todo; a veces lo ahogaban, otras tantas jugaban con fuego en su pecho, y otras lo ataban al sol lo que duraba la tarde de juego con sus amigos. Su favorito era cuando cazaban pájaros y hacían que comiera el animal. Asier lloraba, cubierto de sangre, vomitando las primeras veces hasta que se acostumbró.

Verano. 2005.

Esa tarde llevó pastel de limón.

Lo comieron. Sus amigos dijeron que no le gustó.

Lo llevaron al río y metieron su cabeza en el agua.

Asier estaba acostumbrado a resistir la respiración. Abrió sus ojos oscuros y encontró una piedra grande. Hizo fuerza y al girar la estalló contra el niño que sujetaba su nuca. No pudo parar cuando golpeaba su rostro. La sangre brotaba pero él, en sus diez años de edad, reía y disfrutaba de como estaba tomando el control.

Aquellos niños nunca volvieron a ser sus amigos. Ni siquiera le dijeron a sus padres quien fue el atacante. Estaban asustados y fueron incapaces de decir palabra a sus familias.

Todo puede comenzar con la abrupta interrupción de la inocencia. Lo que esos árboles presenciaron fue la muerte de Asier y el comienzo de un monstruo ante los ojos de una sociedad podrida.

Actualidad. 2022.

Asier despertó aquella mañana, o tarde, o noche, ¿quién sabía? Él no. Poco recordaba de su vida en su hogar, pero de forma continua el aroma de la tarta de limón que preparaba su madre en la mañana llegaba a sus pulmones. Le gustaba llegar del colegio por la tarde y ser recibido con una deliciosa rebanada junto a su café con leche caliente. Fue en un ataque maníaco cuando atacó por primera vez a su madre, una apuñalada directo en uno de sus pulmones. Ella no resistió, Asier se había encargado de verla escupir sangre hasta su muerte sin posibilidad a que escapara. Lloró al darse cuenta que nunca más tendría su deliciosa tarta de limón otra vez.
Su proceso judicial fue considerablemente rápido, fue declarado culpable y encerrado ni bien los peritos psicológicos notaron el desequilibrio en su mente, bipolaridad y esquizofrenia. Al menos así era en un principio. Muchos otros pensaban que solo se trataba de un ser malvado y demoníaco que no merecía piedad.

Escuchó el sonido de la puerta abrirse. Casi siempre terminaba siendo sometido para asegurarse de mantener sus brazos atados. Esa vez no fue la excepción, Asier quiso morder la yugular del hombre de seguridad que rápidamente lo retuvo, causando los gruñidos del de ojos oscuros y risas. Era divertido.

—¿Siempre es lo mismo contigo? —preguntó el hombre más grande y robusto, de otro modo nadie podría con él.

—Nadie le pide al sol que deje de iluminar el cielo ¿no?

Lo había intentado alguna vez, ir contra su propia naturaleza, pero era desgastante y cualquier psiquiatra notaba sus intentos fallidos por ser normal. Era una perdida de tiempo. Además, tampoco quería irse de las instalaciones, no después de conocerlo a él. Su pálido y terriblemente sensual doctor. Tenía la constante fantasía de tomarlo en el asqueroso escritorio donde lo recibía cada semana, escucharlo gritar su nombre, probar de su sangre, marcarlo y arrastrarlo al pozo más profundo, estar juntos, desquiciarlo si era posible y hacer que sea su preciosa marioneta; solo de ese modo saldría de allí.

Al tomar asiento esperó por su hombre. Los anteriores no habían soportado su presencia, mucho menos cuando su ingenio le valía para soltarse y atacar. Por supuesto, ¿quién iba a querer seguir con el trabajo? Y cada vez era más complicado encontrar algún desafortunado que aceptara el puesto. El nuevo en cambio llevaba cierto tiempo, le había interesado, veía algo en su mirada que lo hacía el candidato perfecto.

—Doctor... ya te había extrañado —susurró—. Una semana es mucho tiempo sin verte.

Su amabilidad no duraba mucho tiempo. Asier se encargaba de poco a poco intentar comer su cerebro como la rabia: subir poco a poco desde la mordida inicial hasta que con los años llegue al cerebro, y recién allí controlar el cuerpo de su huésped. La primera vez que vió a un hombre infectado se obsesionó con la idea, entendiendo que el mismo concepto era aplicable para la psiquis de una persona.

—He tenido un sueño recurrente, Elijah—dijo empezando la sesión sin dejarlo decir nada—. Cada vez que estamos aquí solos encuentro una forma de soltarme. Estamos cara a cara y por alguna razón no pides por seguridad. Te tomo aquí mismo, estamos sedientos, y luego de que estamos huyendo despierto. Siempre que tengo sueños recurrentes no puedo parar hasta cumplirlos.

Hizo una pausa, echando su cabeza hacia atrás dando tope con el respaldo del asiento. Miraba al uniforme techo, sintiendo el aroma otra vez de la tarta de limón de su madre. Frunció su expresión y clavó su mirada en su doctor favorito. Sus dedos estaban inquietos, aunque se hallaban en la espalda rozaba las esposas como si quisiera arrancarlas.

—Tú y yo sabemos que no estoy demente. Mis acciones fueron perfectamente justificables, pero estoy aquí porque en una sociedad hipócrita que puso sus leyes dicen que soy violento y un peligro... ¿lo sabes verdad? ¡Dime que lo sabes Elijah!

Se removió en su asiento. Si hubiese encontrado como liberarse ya hubiese estado sobre el chico de ojos azules. Cuando se cansó miró al suelo, sus cabellos negros como su mirada caían suaves y lisos, dejando solo a la vista los rellenos y redondos labios rojos sangre.
Nadie lo escuchó de niño. Pero todos creían que una tarta y un diagnóstico psicológico era el resultado de su crueldad. Seguido de eso encontraron otras posibles víctimas de Asier, un profesor y un alumno de su misma secundaria, siendo confirmado meses después de su juicio.

—¿Puedo pedirte un favor? —le preguntó después de un rato? —. Bésame. Si lo haces ahora cuando esté libre y vaya por ti juro que voy a perdonarte la vida.

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